PRIMER PREMIO
RELATO CORTO
Autora: AMANDA
GARCÍA PEÑA
Título: Era El
siglo XXIII
En
el siglo XXIII, el mundo ya no era como lo conocíamos. Las calles, antes llenas
de coches y ruido, ahora eran recorridas por naves flotantes, sin necesidad de
conductor. Las personas ya no vivían en casas, sino en gigantes rascacielos que
llegaban hasta donde no llegábamos ni a ver. La tecnología había avanzado tanto
que la gente ya no trabajaba como antes. Muchos de los trabajos fueron
reemplazados por máquinas, y los humanos ya no se ensuciaban las manos. Sin
embargo, eso no significaba que la vida fuera perfecta, ni mucho menos.
El
problema era que, aunque el mundo había mejorado en tantas cosas, la gente
seguía dividida. Los ricos, esos que habían logrado hacerse con las mejores
tierras, los edificios más altos y las naves más rápidas, vivían como dioses,
mientras el resto de la gente, como siempre, seguía sobreviviendo en las
calles, luchando por conseguir algo. Ya no había guerra, pero había hambre. La
comida la compartían entre unos pocos, mientras que los demás se quedaban con
lo que sobraba. No importaba la tecnología, seguía siendo el mismo de siempre,
unos pocos arriba, el resto abajo.
Javier,
un joven que vivía en los barrios bajos de la ciudad, había crecido viendo
injusticia. Desde que tenía uso de razón, había sabido que el mundo estaba
diseñado para que los que ya tenían todo siguieran teniendo más, y los que no,
se quedaran con nada. Aunque las naves voladoras y los robots hacían todo por
él, nunca hizo lo que a él realmente le importaba como, comida decente,
educación para mejorar su vida, o siquiera una oportunidad para salir de su
barrio.
Un
día, mientras caminaba entre las calles llenas de pantallas gigantes y anuncios
flotantes que vendían la felicidad, Javier se encontró con un viejo, aunque de
aspecto sucio, tenía una mirada en la que se veía sabiduría. El viejo, lo miró
fijamente y le dijo: “¿Ves todo esto? La tecnología, las naves, todo eso lo
hicieron para que no te des cuenta de lo que realmente importa. Nos dan
entretenimiento para que no pensemos. Nos mantienen ocupados mientras ellos
siguen robándonos el futuro.”
Javier
no entendió muy bien lo que el viejo quería decirle, pero al llegar a su casa
esa noche, se quedó pensando en esas palabras. En el fondo, sentía que el viejo
tenía razón. ¿De qué servía estar rodeado de tecnología, si no tenías ni para
comer? ¿De qué servía tener naves voladoras si nunca podrías subirte a una,
porque los pases solo los compraban los ricos?
Esa
noche, Javier decidió que ya no quería ser uno más de los pobres. Sabía que la
vida no iba a ser fácil, pero si algo le había quedado claro es que si no hacía
algo por cambiar las cosas, nunca tendría oportunidades ni él ni los que eran
igual que él. Así que empezó a hablar con otros chicos de su barrio, a decirles
lo que pensaba y cómo veía el futuro. No se trataba de destruir la tecnología
ni volver atrás, sino de conseguir que todo el mundo tuviera las mismas
oportunidades. “Si los ricos pueden volar, ¿por qué no podemos nosotros?”.
Lo
que empezó como una charla entre amigos fue mejorando. Más gente empezó a unirse
a esto. No era solo un grito de enfado, sino un grito de igualdad, de que no
solo los poderosos “dioses” pudieran disfrutar del futuro, sino que todos
tuviéramos también una parte. Organizaron protestas, marchas, y comenzaron a
pedir cambios. La gente quería un mundo donde la tecnología no fuera solo para
los que tenían dinero, sino para todos. Querían un mundo donde los ricos no se
quedaran con todo y el resto viviera como si nada.
Al
principio, las autoridades no le dieron importancia. Pensaron que eran solo
unos pocos que no entendían cómo funcionaba el sistema. Pero a medida que esto
creció, comenzaron a ponerse nerviosos. Ya no podían ignorar a tanta gente que
pedía lo mismo, la igualdad, una distribución justa, un futuro en el que todos
tuviéramos una oportunidad. La gente ya no quería vivir solo para sobrevivir,
quería vivir bien, querían ser parte de la ellos también.
Al
final, lo que Javier había empezado, se convirtió en algo increible. El sistema
empezó a cambiar. La tecnología, que antes había sido para dividirlos, empezó a
usarse para que todos pudieran tener acceso a lo mismo. El viejo había tenido
razón, el futuro no solo era para los ricos, era para todos.
Y
así, en un mundo que parecía imposible de cambiar, el pueblo logró demostrar
que lo que verdaderamente cambiaba no eran las máquinas, sino los corazones que
no querían seguir siendo los “tontos y esclavos” de los “dioses”. Un mundo más
justo no se hizo de la noche a la mañana, pero ese fue el primer paso para que
al final, todos pudieran volar.
Este
relato hace entender cómo, en un futuro más avanzado como el siglo XXIII, los
problemas de desigualdad y lucha por la igualdad podrían seguir existiendo, a
pesar de la tecnología que tenemos hoy en día y que se ve que va creciendo. A
través de Javier, vemos el deseo de un gran cambio hacia un mundo más justo
para todos, sin importar el lugar de donde vengas.