Alumnado del IES "CAMPO DE TEJADA" durante la lectura del manifiesto
Ya llevamos, en lo que va de año, 45 vidas rotas, sesgadas
sólo por el hecho de ser mujeres. Y no es justo.
Nos autodenominamos sociedad moderna, del primer mundo, del bienestar…pero
por lo visto todo ese tipo de calificativos sólo sirven para la mitad de la
población, para los hombres, por que las mujeres seguimos llevándonos la
peor parte, con los malos tratos e incluso la muerte en demasiados casos.
Y es que somos pocas las que no hemos sentido el zarpazo de esta lacra en
alguna ocasión en nuestras vidas. Su cara en muy variada y no necesariamente ha
de dejar huellas en el cuerpo, pero siempre las deja en el alma.
La máscara que utiliza en demasiados casos es la más sutil, la
más amable, la difícil de detectar, pero que se manifiesta en cada situación de
desigualdad que persiste en nuestra sociedad.
Aunque afortunadamente tenemos legislación en esta materia,
tendremos que reivindicar otras medidas que, aunque tengan una efectividad a
más largo plazo, pongan la base de una nueva estructura social. Estamos hablando de los elementos que nos socializan
como personas y que nos transmiten valores.
Estos elementos tienen un claro componente androcéntrico que
sigue predicando, de forma sutil pero continuada, toda una batería de mensajes
en donde se sigue dando supremacía a los hombres sobre las mujeres. Y que a las
mujeres nos siguen “cosificando” y utilizando como moneda de cambio en
demasiados casos.
Mientras no seamos conscientes que somos, todas las personas,
transmisoras de valores cargados de desigualdad, no podremos actuar primero
como personas y después como sociedad que pretende ser igualitaria.
Los medios de comunicación que hacen pervivir los estereotipos,
los modos, las modas y que además los potencia porque son lucrativos. Y son
lucrativos porque la igualdad real entre mujeres y hombres no interesa, porque
no es rentable dejar de vender suplementos femeninos que reproducen patrones
claramente distinguibles a años luz, por ejemplo.
En qué medida el silencio personal cada vez que hay una mujer
asesinada, nos hace cómplices de su muerte.
Pero la muerte, es el último escalón que recorre al víctima,
puesto que hasta llegar a ese terrible momento seguramente habrá tenido una vida
llena de calamidades que la habrá hecho sentir infeliz durante mucho tiempo.
Parece que sólo los asesinatos nos despierten las consciencias y
perdemos de vista que los millones de rostros que utiliza el patriarcado para
maltratarnos, en demasiadas ocasiones viene disfrazado de una sonrisa cordial y
afable.
Necesitamos cuestionar el actual sistema social, para poder,
después desmontar todas las partes que nos hacen daño, que nos matan, que nos
tratan como inferiores.
Y por supuesto, tenemos que seguir siendo la voz de todas
aquellas a quienes se la han arrebatado. La voz de las asesinadas por unos
terroristas que, además decían amarlas.